La muchacha vestida de blanco pasaba desapercibida sentada en el banco de aquel parque. Las demás personas pasaban por su lado sin darse cuenta de su presencia como si nunca hubiese existido aquel banco, como si la niebla se lo hubiese tragado. Sus manos se aferraban al banco sin impedir que su precioso vestido blanco se empapase de las lagrimas que recorrían sus mejillas y caían en su pecho inundándola por completo. Miró hacia el cielo y éste se contagió de su tristeza llenándose de nubes, comenzó a llover, al principio lentamente, pequeñas gotas que no importaban demasiado a los viandantes, poco a poco empezó a llover con más fuerza haciendo que en pocos minutos las calles quedaran vacías, la gente se aglutinaba bajo el resguardo de los toldos, los portales y las tiendas. Mientras tanto la muchacha seguía en aquel banco, seguía llorando pero sus lagrimas ya no se distinguían entre la lluvia.
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