Camina por la acera solitaria en la noche fría mientras sus cabellos se llenan de los ligeros copos de nieve que caen lentamente y que envuelven todo lo que tocan en un manto blanco perfecto. Sus pasos se pierden en la oscuridad entre las escasas farolas y las huellas que deja rompen la perfección del paisaje pero enriquecen la escena para los ojos curiosos de este narrador que la sigue desde la oscuridad. Sigue avanzando hasta llegar a la siguiente farola, donde se encuentra con un edificio con cristales polarizados. Mira en ellos su reflejo, su largo pelo rubio suelta pequeños brillos creados por la luz de la farola reflejada en las pequeñas gotas, que sin duda momentos antes eran delicados copos de escarcha y ahora ante el contacto se han derretido. Su abrigo largo y negro está cubierto de nieve y sus botas se ocultan entre la capa blanca del suelo nevado. Se acerca un poco más al cristal para fijarse en su rostro, cuya pálida piel contrasta con el oscuro abrigo, sus labios se han vuelto morados por el frío y unos ojos color añil la miran con tristeza mientras las manchas negras de máscara de pestañas van tiñendo con lagrimas sus mejillas enrojecidas. Pero para sorpresa de este narrador, en lugar de producir una mueca producida por el llanto, sonríe ante el espejo y sigue su camino desapareciendo en la oscuridad.
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