Todos somos diferentes, cada
persona es un mundo en sí mismo, con sus costumbres, sus gustos, sus creencias,
sus recuerdos… Las experiencias que vivimos nos definen, las personas que
entran en tu vida y sus propias experiencias te cambian lentamente. La vida es
como un camino, tú defines el camino que dejas atrás pero andas sin saber qué
te depara, solo conoces el final del viaje, conoces el destino pero no el
camino, ni la duración, ni las curvas o los baches, ni las alegrías ni las
tristezas, tampoco las decisiones o las preocupaciones, ni siquiera los que te
acompañen en él, solo el final. Ese final en el que acabamos todos, pues es
para todos igual, todos somos iguales al final, aunque creamos en unas cosas o
en otras, el final del camino es el mismo, con más esperanzas o menos, con más
fe o menos, al final no se hacen diferencias, ni de sexo, ni de edad, ni de
raza, ni de creencias, ni de orientación sexual, ni económicas, ni políticas,
ni sociales… al final de la partida, el rey y el peón van a la misma caja. Al
final todos somos iguales, de que sirve entonces tratarnos de diferente manera
durante el camino si todos somos iguales al final, de que sirve discriminarnos
durante el camino si en realidad todos somos iguales. Al final todos somos
iguales aunque seamos diferentes.
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